Igual que en los viejos tiempos

     Posó la copa de un golpe seco sobre la mesa y entonces le vio entrar. Espirando la última calada del cigarro que acababa de tirar al suelo. Mirando hacia los lados. Como buscándole, a pesar de saber exactamente dónde estaba. Pero no podía evitarlo, la dramatización estaba por encima de todo. 
    Joe pidió otro vino y fingió no verle. Rascando segundos. Aprovechando hasta el último resquicio de tiempo sin tener que mirarle, escucharle, sentirle. A ese cabrón. A ese gilipollas. A ese falso compañero de vivencias. Aparentemente lleno y profundo, y en realidad hueco. Totalmente hueco. Pero todo llega. Los gilipollas también. Y ahí estaba él, tocándole el hombro a Joe. Mirándole con una condescendencia artificial. '¿Qué pasa, tío?', farfulló.
    Por lo visto, su vida era mejor en las revistas, lo cual tranquilizó a Joe. Había cambiado. Más delgado. Más calvo. Menos nervioso. Sería la ketamina. Sería la marihuana. O las hostias de la vida, que colocan a uno en su sitio, como los azotes repentinos de una madre a su hijo. 
    Pronto pasaron a beber White Label, y entre sorbo y trago Joe confesó que le había echado de menos. Al instante supo que se arrepentiría. Se arrepentiría de aquel nuevo frágil vínculo que había creado con su confesión. Y de cargarse con la responsabilidad de romperlo de nuevo en algún momento cercano, como tantas otras veces hizo.
    Igual que en los viejos tiempos, las conversaciones tornaban entre la chica de este finde, la del anterior y la de hace dos. Una especie de competición por demostrar quién de los dos había mojado más el churro. Perdió Joe, pero le dio igual. No le importó. Estaba por encima de eso. Y, sin embargo, le fastidiaba que el otro se sintiera orgulloso. Se podía observar en su cara. En su cara de tonto del culo. Siempre pensó que le faltaba una vuelta de rosca, que no llegaba a los mismos lugares que Joe. Siempre se quedaba un paso por detrás. Su maltrecho cerebro se echaba a dormir en la cuneta antes de alcanzar el destino y, para cuando despertaba, ya no sabía ni dónde estaba pinado.
    Y así pasaron la noche. Una noche como otra cualquiera pero diferente a todas las demás. Tonteando con las posibilidades del futuro. Igual que en los viejos tiempos. Vacilando con las de la mesa de al lado. Igual que en los viejos tiempos. Arrojando los euros y los céntimos hacia el otro lado de la barra. Igual, igual que en los viejos tiempos. Así pasaron la noche, hasta que cerró el bar y fueron a otro más oscuro y nebuloso. Y bailaron con desconocidos y con lo desconocido. Y tomaron ron y tequila, ginebra y cocaína. Y se olvidaron de todo lo que existía fuera de ellos dos. El mañana no era sino un constructo social. El mañana no era más que una pesadilla inverosímil y vana. Inverosímil. Y vana.
    Pero, contra todo pronóstico, ese bar también cerró, y el sol empezó a despertar la realidad. Personas con mochilas y maletines asaltaban ya las calles de la ciudad. Y ellos dos aún pertenecían a otro mundo. Eran como fantasmas. Caminando a través de todo. Sin ser vistos a pesar de su decadente deambular. Y siguieron deambulando hasta que la realidad comenzó a hacer mella en sus versátiles almas y, finalmente, llegó el momento de separarse. De alejarse. Tal y como dictan las normas. Tal y como dicta el destino.
    Es curioso. Es curioso cómo, a pesar de haber querido en un tiempo matarle, ese torpe y corto abrazo de despedida le hizo recordar la mitad agradable de su relación con él. Aquella efímera unión de sus cuerpos y la evocación de todas las aventuras juveniles que deshilacharon juntos, que masticaron y saborearon con toda la pasión de un recién mayor de edad, le hicieron suspirar con el alma. Y gritar con la garganta cerrada y con la cara fatigada de cachorros de arrugas. Gritar por el paso del tiempo. Porque el tiempo es algo físico, que une, que separa, que cura, que hiere, que quema y que congela.
    Y este puto gilipollas se marcha de nuevo, dejando a Joe en la estacada. Solo. Solo. Otra vez. Y a pesar de todo no siente ninguna tristeza. No puede sentirla. Ya a estas alturas. Lo acepta. Lo acepta como quien vuelve a la rutina. Resignado. Vacío de sueños. Como quien vuelve una vez más a mimetizarse con el resto.

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