Salmo: heraldo de la oscuridad

    El paseo empieza a ser demasiado largo. El aire huele a algo relacionado con la tranquilidad. Cada nuevo paso es una nueva hormiga estampada con furia contra el suelo. En un árbol, unas crías de gorrión suplican ayuda. Se dejan la garganta. Y no sólo la garganta. Se dejan su propia vida. Su madre no va a volver nunca. Yace tendida en el asfalto, aplastada una y otra vez por los indiferentes neumáticos. Ya no es su madre. Ni es siquiera un pájaro. Ahora sólo es un pegote de células muertas adherido al suelo. 
    El paseo empieza a ser demasiado largo. La luz del atardecer disipa el buen humor. Se clava en el centro del hipotálamo a través de las pupilas. Éstas se ensanchan, permitiendo el paso de lo desquiciante hacia el interior. Los puños se cierran. Las uñas de la mano derecha penetran en la piel como los colmillos de un vampiro sediento. La algarabía de emociones, todas furibundas, golpean una y otra vez contra las paredes de la garganta. Quieren salir. Quieren liberarse. Quieren volar. Abandonar. Abandonarse.
    El paseo empieza a ser demasiado largo. El tic tac golpea constantemente el aire, dispersando la inquietud por doquier. La prisa. Y el apremio. El apremio, que sonríe condescendiente mientras esconde un cuchillo recién afilado a la espalda. Y lo ensarta en su objetivo y desaparece, y después renace demandando absolución.
    El paseo empieza a ser demasiado largo. El manto oscuro de la noche comienza a esconder lo que ahora es bello. Ahora que es sólo un recuerdo. Pues sólo fue bello ahora, ya que antes no lo era. Y ahora deseas tenerlo. Ahora quieres olerlo, verlo, escucharlo, sentirlo acariciándote la piel. Pero la noche es lo único que puedes abrazar ahora. Lo único que tienes a tu disposición para amar. Y lo aceptas. Eventualmente, lo aceptas. 
    El paseo empieza a ser demasiado largo. Y las sombras negras recortadas contra el azul marino del horizonte llaman tu nombre. Te dan la bienvenida. Y todo a tu alrededor es ambiguo. Nada está ni lejos ni cerca. Nada es grande ni pequeño. Todo existe y a la vez no. Y, sin embargo, comienzas a maravillarte de todo. De todo. De absolutamente todo. Y te agradeces a ti mismo no haber vuelto a casa. Te agradeces haber paseado demasiado. Pues ahora eres una nueva sombra entre la multitud. Eres un nuevo ser intocable. Invisible. Etéreo. Ahora eres el heraldo de la oscuridad. El rey de las tinieblas. Y nada causará jamás zozobra en tu existencia.

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