Interludio I


    Llovía. A su alrededor todo era vacuo y volátil. El agua resbalaba desde el toldo que cubría la terraza, creando una pequeña cascada que separaba el mundo real del ficticio. Él, ensimismado, ignorando la orquesta de palabras huecas que inundaba las calles, se encontraba intentando adivinar a cuál de los dos mundos pertenecía.
    A través de la cortina de agua, que brillaba ligeramente al contacto con la luz de las farolas recién desperezadas, un rayo, seguido de un trueno profundo y su consecuente temblor, le cortó la respiración. No sabía si su mirada estaba clavada en él o en algún pensamiento unos kilómetros más allá pero, de cualquier manera, le alcanzó de lleno en el pecho, crujiéndole las costillas y apretujándole los pulmones, vaciándolos de
 golpe. 
   
Recuperó el sentido tomando una bocanada de aire
. Su pulso era firme de nuevo. Su visión, nítida. Desapareció el sabor del vino y el nudo de su garganta. Y sus pasos, firmes y decididos,
le llevaron hasta ella.  

    Él tomó asiento. Dijo su nombre. Ella, con un brillo en la mirada, dijo el suyo. Y ya nada fue vacuo. Y nada fue volátil. Y un nuevo vigor pareció renacer en todas las cosas.

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