Reina del Caos


   Allí estaba.
   En la misma esquina de siempre. Rodeada de los mismos setos. Bajo el mismo tendido eléctrico. Allí estaba.
   Había un niño sentado en la acera jugando con su teléfono. Y una señora volviendo de hacer la compra con su bastón y su carrito, moviendo las piernas rápido pero avanzando despacio. Nada parecía haber cambiado. Las hierbas algo más altas. La pared un poco más descascarillada. Las ventanas ligeramente más opacas.
   Pero nada parecía haber cambiado.
   Amanda se preguntó si las cosas siempre habían sido así. Pensó que quizás sus ojos ya no eran los mismos.
   Con nada más que su mochila y su medalla, volvía a casa después de dieciocho meses de servicio. Después de año y medio de retiro espiritual en el caos. 'Si sales por esa puerta no volverás a entrar', le había dicho su padre antes de su partida. Y, sin embargo, después de tanto - y antes que nada -, allí seguía su casa, frente a ella, mirándola firmemente con sus ojos fríos y aletargados. El suelo, a través de las grietas, rezumaba risas y gritos distantes. Cada metro que avanzaba era una punzada en el pecho. Un empujón hacia el abismo de dolor del que venía.
   Se preguntó una vez más si lo diferente de todo aquello era ella. Si era ella la que estaba mal.

   'Si sales por esa puerta. No volverás a entrar'.

   Las palabras se repetían sin eco una y otra vez en el centro de su cabeza y su vibración se extendía por el resto de su cuerpo haciéndola zozobrar. Había visto pueblos derrumbarse y personas arder con ellos. Había visto a padres y a madres llorar junto al inmóvil cuerpo de sus hijos, y a hijos intentando despertar en vano a sus padres y madres. Había oído a la Tierra explotar mil veces y había visto caer las estrellas del cielo en una maraña de fuego y polvo. Había visto el odio y el dolor en la mirada del hombre y, sin embargo, ahora que todo era calma, sus piernas temblaban más que nunca, intentando resistir la onda expansiva de sus pensamientos.
   Y allí estaba de nuevo. Frente a la recién comprada puerta de madera, sucia y a falta de una buena limpieza, con su recién estrenado pomo lleno de óxido. Allí estaban ella, su mochila y su medalla, y unos cuantos cadáveres a su espalda.

   Y no pudo hacerlo.

   Había caminado por el mismísimo infierno y se había enfrentado al diablo. Le había agarrado por el pescuezo y le había echado de ahí. Había hecho de aquella ciudad de lamentos su hogar, y de su hogar ella era la reina. Ella era el diablo. Aquel nuevo hogar era donde ella pertenecía y a donde siempre había pertenecido, pues así lo afirmaban las voces de sus padres en su cabeza, gritándose la una a la otra con ojos desorbitados. Así lo decía la imagen de su hermano haciendo la maleta, abrazándola y saliendo de casa para no volver, sin mediar palabra con nadie. Y murmuraban los litros y litros de alcohol arrastrando a su padre a la tumba: 'El caos es tu hogar, y de tu hogar tú eres la reina'.

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