Clozapina

   Llegas a casa. Te quitas los zapatos. De camino a la cocina miras de reojo al dormitorio - ella no está -.

   Llevas tres horas sentado en el sofá, escuchando el vaivén del péndulo y el murmullo de las cañerías. A veces dudas de tu cordura, pero ahora no. Ahora sabes lo que tienes que hacer. Lo sabes. Te levantas y corres a ponerte los zapatos. Ves una nota en el suelo de la entrada: "Toma las pastillas", dice. 

   Las pastillas...

   Las pastillas..

   Las pastillas.

   La lluvia deslizándose por el parabrisas. Bach sonando en la radio. Sientes cada nota del piano chocar contra la boca de tu estómago. Sientes cada gota de agua arrastrar el dolor hacia tus pies. Tus gafas se empañan y tus tobillos se entumecen con cada paso.
   De camino al precipicio miras de reojo a las estrellas - ella no está -.

   Das un paso.

   Das otro paso.

   Y otro más.

   Abres el tocador. Buscas la palabra "clozapina" entre las toneladas de botecitos blancos. Te preguntas dónde estará ahora. La clozapina no, ella. Te preguntas qué habrá sido de vuestra estela, si quedará alguna partícula de piel en tu cama. Cierras el tocador y corres a ponerte los zapatos. En el suelo, en la entrada, hay una nota: "Toma las pastillas", dice. Sonríes.
   'Claro, las pastillas'.
   Rompes el papelillo por la mitad, lo arrugas y lo lanzas al otro extremo de la habitación. Estás decidido. Sabes lo que tienes que hacer.

   Afuera, la helada arrecia y los coches brillan. Las calles vacías tararean canciones olvidadas y los gatos callejeros, hoy, no han salido de sus guaridas.
 
   Ella, no está.

   Juntas tus manos. Miras hacia arriba. El cielo, plagado de puntitos blancos, se refleja sobre tu iris. Te preguntas a dónde habrá ido, y si alguna vez vino. La llamas gritando, pero nadie contesta. Sólo el viento chocando contra las mojadas esquinas de la ciudad. Nadie contesta. Sólo el silbido del aire resbalando rápido por tu oreja. Sólo las olas del mar susurrando a gritos bajo tus pies: 'Nadie contesta'.