Avenida de los Pecados


   Por la Avenida de los Pecados camina Dylan, cartera en mano y miel en la tripa. La luz del sol cae sobre el asfalto como una lengua de fuego ansiosa, y el blanco de las nubes se refleja en las ventanas de las altas fachadas. En algún lugar de la calle suena Al Green, y el bueno de Dylan no puede evitar pensar en la noche del sábado. Veinte euros, no más - un arrugado billete azul dentro de su cartera - es todo lo que necesita.
   Es la hora de comer y no hay nadie por las calles. No hay nadie para observarle y se siente dueño de sí mismo, dueño de todo. Las calles son suyas, con sus aceras grises y sus regias palmeras. Con sus farolas ámbar y sus bosques de piedra. Desearía que el quiosco no estuviera a la vuelta de la esquina para poder seguir caminando, y caminar y caminar y perderse en el mar de hormigón y cristales hasta llegar al horizonte, y darle un mordisco al sol, y volver y contárselo a todo el mundo.

   'Algún día'.

   Un golpe de aire fresco al entrar en el pequeño quiosco estimula su espina dorsal. No hay nadie en caja, así que decide esperar, como siempre hace, estudiando detenidamente los pechos de las chicas del escaparate. Redondos y duros como piedra pulida, simétricos e idénticos como dos átomos de hidrógeno. Nunca le gustó la simetría.
   Piensa en Jennifer. Piensa en la gota de sudor cayendo por su cuello palpitante tras el partido de baloncesto. En sus labios húmedos y jadeantes. En la marca de su sujetador y en su pecho subiendo y bajando más y más despacio a medida que sus pulmones reabastecen de oxígeno su sangre. Piensa en el vestido rojo que llevará en la noche del sábado.

   La puerta del almacén se abre de golpe, creando una corriente de aire que viaja hasta el mostrador de cristal y empuja hacia el suelo un sobre abierto y un papel. El viejo Joe, cruzando el umbral apresuradamente, se agacha, coge el papel con un cuidado extremo - como si se fuera a desintegrar en sus manos con el más leve movimiento - y lo guarda en una caja de madera.

   -¿Quién es Vanesa Müller? - pregunta Dylan. Pero no obtiene respuesta.
   Joe saca una botella de Jack Daniel's de debajo del mostrador. El chico saca su arrugado billete azul.
   -No se lo digas a tu madre - advierte Joe.
    Y, haciendo un gesto con la mano, con la misma escasez de deferencia con la que llegó, Dylan se da la vuelta y se va.

    En la Avenida de los Pecados, el sol intenta aplastar a Dylan, pero Dylan no se da cuenta, porque en la noche del sábado habrá fiesta en la casa de la playa, y Jennifer llevará su vestido rojo, y la música y la brisa fresca del mar empujarán suavemente su pelo, y a ella le molestará un poco y se lo apartará con la mano.

   Y la embriaguez y la calidez de la noche acunarán a Dylan y grabarán a fuego en su mente un recuerdo que nunca olvidará.

Comentarios

Entradas populares